martes, abril 05, 2005

Aprendiendo a sembrar

En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto se
encontraba el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de algunas
palmeras datileras. Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se
detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a Eliahu
transpirando, mientras parecía cavar en la arena.

- Qué tal anciano? La paz sea contigo.
- Contigo -contestó Eliahu sin dejar su tarea.
- Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?
- Siembro -contestó el viejo.
- Qué siembras aqui, Eliahu?
- Dátiles -respondió Eliahu mientras señalaba a su alrededor el
palmar.

- ¡Dátiles! -repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien
escucha la mayor estupidez. El calor te ha dañado el cerebro,
querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una
copa de licor.
- No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos...
- Dime, amigo: ¿cuántos años tienes?
- No sé... sesenta, setenta, ochenta, no sé... lo he olvidado...
pero eso, ¿qué importa?
- Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer
y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar
frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta
los ciento un años, pero tú sabes que difícilmente puedas llegar a
cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.
- Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco
soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan
comer mañana los dátiles que hoy planto... y aunque solo fuera en
honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.

- Me has dado una gran lección, Eliahu, déjame que te pague con una
bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste - y diciendo esto,
Hakim le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.
-Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú me
pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía
cierto y sin embargo, mira, todavia no termino de sembrar y ya
coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.

-Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección
que me das hoy y es quizás más importante que la primera. Déjame
pues que pague tambien esta lección con otra bolsa de monedas.

-Y a veces pasa esto -siguió el anciano y extendió la mano mirando
las dos bolsas de monedas-: sembré para no cosechar y antes de
terminar de sembrar ya coseché no solo una, sino dos veces.

-Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas
tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte...

Normalmente esperamos resultados inmediatos... queremos todo ya...
decimos que no estamos inmersos en la sociedad de consumo, que esas
cosas les pasan a otros, pero maldecimos los escasos segundos que
este mail tarda en bajar, o los que demora el semáforo en cambiar de
color.

Perdimos la costumbre de sembrar, queremos todo rápido en estas
vidas anestesiadas que llevamos. No sembramos y es nuestro planeta
el que acusa recibo, y nos lo hace saber. Cosechamos hoy el descuido
de hace treinta o cuarenta años. No sembramos y vivimos el día, en
un "sálvese quien pueda", sin importarnos lo que vendrá...

Necesitamos certidumbres... ya no nos cuestionamos. Qué pasó con
nuestra capacidad de asombro, de maravillarnos con lo que nos
rodea?. Automatizamos nuestros actos, y seguimos la rutina prefijada
para el día. Usamos zapatos apretados, corbatas ajustadas, corpiños
rellenos y grandes dosis de maquillaje...

Y nosotros... dónde estamos???
Qué queremos???
Qué sentimos???
Quién nos pregunta???

Yo les pregunto. Y los invito a que se pregunten. Lo importante no
es encontrar las respuestas, sino no perder la capacidad de seguir
haciéndonos preguntas...

"De hecho, sabemos que si esta tienda de campaña en que vivimos se
deshace, tenemos de Dios un edificio, una casa eterna en el cielo,
no construida pro manos humanas. Mientras tanto suspiramos,
anhelando ser revestidos de nuestra morada celestial, porque cuando
seamos revestidos, no se nos hallará desnudos. Realmente, vivimos
en esta tienda de campaña, suspirando y agobiados, pues no deseamos
ser desvestidos sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido
por la vida. Es Dios quien nos ha hecho para este fin y nos ha dado
su Espíritu como garantía de sus promesas. Por eso mantenemos
siempre la confianza, aunque sabemos que mientras vivamos en este
cuerpo estaremos alejados del Señor. Vivimos por fe, no por vista.
Así que nos mantenemos confiados, y preferiríamos ausentarnos de
este cuerpo y vivir junto al Señor. Por eso nos empeñamos en
agradarle, ya sea que vivamos en nuestro cuerpo o que lo hayamos
dejado. Porque es necesario que todos comparezcamos ante el
tribunal de Cristo, para que cada uno reciba lo que le corresponda,
según lo bueno o malo que haya hecho mientras vivió en el cuerpo" 2
Corintios 5:1-10.